El Periódico Global tiene a bien informarnos de que un grupo de “sabios” del PSOE ha llegado a la conclusión de que la reforma constitucional “en clave federal” que ha de solucionar, cual bálsamo de Fierabrás, los graves males que nos aquejan, tendrá entre sus vigas maestras el reconocimiento (sic) del “hecho diferencial” de Cataluña, su “singularidad” y su “personalidad”. Al parecer, tal “reconocimiento” logrará que los inflamados deseos de amor a España y vida en común con los “españoles” de Alfred Bosch, Oriol Junqueras, Artur el Astut y quién sabe si hasta de David Fernández y las diversas monjas que, con o sin hábito, los acompañan, hasta ahora reprimidos por la cerrazón de Rajoy, encuentren, al fin, el ansiado cauce para su plena realización.
Ya no sé exactamente cuántos años hace que surgió el fet diferencial, como enésimo señuelo para la conducción de las masas hacia el dret a decidir. Creo que debió ser anterior a la personalidad, aunque posterior al ruc català y a las matrículas cat. Sin duda el mil·lenari de Catalunya ya se había cumplido, pero no recuerdo bien el papel de los carolingios en todo esto. Estoy algo confuso. Algún día, alguien con más paciencia y ánimo más templado que yo debería hacer una relación cronológica pormenorizada del cúmulo de embelecos que han ido empedrando el camino que nos ha traído hasta esta lamentable situación. Será muy instructivo y de gran valor para historiadores y estudiosos. Pero lo que sí sé, es que llegados aquí a los nacionalistas todas estas milongas les importan una higa. Hace tiempo que están ya en otro negocio. Ahora Pdr Snchz querrá convencernos de lo contrario.
Grandes proclamas suelen ser el síntoma más claro de grandes carencias. Nunca a nadie con una personalidad marcada, individuo o pueblo, se le ha ocurrido pedir que se la reconozcan por ley. Si la tiene, para todo el mundo es evidente. El reconocimiento social viene solo.
Todos conocemos los que se tienen, con mayor o menor fundamento, por rasgos característicos de catalanes, aragoneses o gallegos, como de españoles, franceses o de los del pueblo de al lado. Suele ocurrir que tales rasgos se acepten ufanos cuando son de nuestro agrado. En caso contrario, se denominan prejuicios. En cualquier caso, su fundamento (si alguna vez existió) tiende a diluirse cada vez más, por efecto de la vida moderna. No es ahora el momento de discutir lo que de bueno o malo pueda tener el fenómeno. Lo que es seguro es que en nada variará la situación declarar por ley que los catalanes son industriosos y generosos o que los andaluces están obligados a ser graciosos. Tales asuntos pueden ser entretenidos en la barra del bar, pero no deberían formar parte del debate político. Los que los explotan de manera tan indecente, tratan de sacar rédito de los temores atávicos de sectores de la sociedad, que creen ver debilitarse las certidumbres de su infancia. Si existe o existió alguna vez una “personalidad catalana” característica, la petición de su reconocimiento constitucional es la prueba palmaria de su declive inexorable.
Naturalmente, el énfasis en la diferencia, la personalidad, la singularidad o “el deseo de tener (sic) un perfil identitario propio” “de algunas comunidades” del que nos informa también el Periódico Global, manipula los instintos más conservadores del cuerpo social con un objetivo evidente (salvo para los ciegos, que diría Brassens): la uniformidad. Lo contrario de lo que se predica. Si se logra instalar en el imaginario de la sociedad (los “marcos mentales” tan de moda en los “politólogos”) los rasgos definitorios del “perfil identitario propio”, queda establecido el prototipo de (buen) catalán. Cualquier individuo “singular” (es decir, verdadera persona), con “personalidad propia” (la única verdadera e inalienable), en suma, “diferente” del prototipo, no pertenece a la tribu. Puede ser despreciado e ignorado, en primera instancia. Su punto de vista no cuenta. Oficialmente, no existe. Si, a pesar de todo, trata de asomar la cabeza, se le puede postergar, hacer el vacio en ámbitos laborales o sociales, coaccionar o intimidar de diversas formas. Si tiene la osadía de insistir en su punto de vista, pasará automáticamente a la categoría de “extrema derecha”, “derecha extrema” (?) o, directamente, “facha”. Ya todo está permitido contra él. Lo que pueda ocurrirle no merecerá condena o reproche público. En el mejor de los casos se mirará para otro lado y se comentará en privado o se sugerirá que se lo había buscado. Los que sí son de la tribu, por el mero hecho de serlo, merecen el mayor respeto, consideración, trato fiscal singular etc.
¡Qué lejos estamos de la definición clásicamente sostenida por la izquierda: catalán es el que vive y trabaja en Cataluña! Qué degeneración. Qué vergüenza.
Establecido este marco de referencia, todo se simplifica mucho y se vuelve muy cómodo. Cualquier punto de vista discrepante es un ataque a Cataluña, aunque sólo sea pedir el cumplimiento de la Ley o preguntar qué han hecho con el dinero. Permite establecer, como la cosa más normal, oportunos “cordones sanitarios” para impedir el contagio de la parte sana de la sociedad. Y, por supuesto, robar durante décadas con total impunidad. Todo esto es más que conocido y ha sido herramienta fundamental para la maduración del procés. También son sobradamente conocidos y documentados antecedentes históricos del uso de este tipo de mecanismos y sus resultados. Mas esta sóla mención será considerada una ofensa intolerable. Nuevamente, sintomático.
Durante décadas la izquierda se ha ido replegando ante la progresiva hegemonía del nacionalismo reaccionario, hasta abrazar entusiásticamente semejante farfolla ideológica, radicalmente contraria a su esencia histórica y sus principios básicos. Ha llegado, incluso, a pretender encabezar la procesión, con el catastrófico resultado conocido. Pero todo esto ya es historia, aunque importante y que conviene recordar, para comprender cómo hemos llegado hasta aquí y tratar de sacar las consecuencias oportunas. Como resultado, el proceso ha madurado hasta tal punto que las élites dirigentes han creído llegado el momento de soltar amarras, tras considerar exprimido hasta la última gota el ubérrimo fruto de su estrategia. Ahora estamos ya en otra fase. Tengo para mí que pagarán muy caro su error de apreciación, aunque éste es otro tema y un vaticinio muy arriesgado en estos momentos. Tiempo habrá de volver sobre ello.
Como siempre, el Partido Socialista circula en la dirección equivocada, llegando tarde y mal, en su seguidismo a ultranza de los nacionalistas, a los campamentos que estos ya abandonaron, una vez esquilmados los recursos que contenían. Van siempre tres pasos por detrás, pero indefectiblemente en la misma dirección. Para ello disponen de una patrulla de reconocimiento, que atiende por PSC (PSC -PSOE) -no sé si sigue vigente el galimatías de siglas, pero tanto da- que hace el trayecto entre uno y dos pasos por delante, según estemos en época de más compenetración o de más tensión entre los “partidos hermanos”. El resultado final es, invariablemente, el mismo: los nacionalistas se comen las nueces (afortunadamente, casi no ha sido aquí necesario que una banda criminal agitara el árbol) y los socialistas acuden detrás a dar cobertura a su ideología reaccionaria (y recogen las cáscaras, para que el campamento quede más aseado).
J. G.
Molledo, 15 de Agosto de 2015
PD. Nadie se anime en demasía creyendo ver hemiplejia argumental. El desencadenante de este escrito es la aparición estelar de los “sabios del PSOE”. La actuación de la derecha no ha sido, al menos hasta ahora, muy diferente. Quizá más vergonzante, en vez de tan desvergonzada. No era el tema de hoy, aunque temo que pronto nos darán nuevas tardes de gloria. La última novedad parece ser la predisposición a abrir el melón constitucional. No podemos saber, de momento, las intenciones. Pero si hemos de atenernos a lo visto hasta ahora, estamos autorizados a ponernos en lo peor.