El nacionalismo catalán batió este sábado todas sus ya altísimas marcas (por ahora) de manipulación, hipocresía y vileza. Nadie con un mínimo de honradez intelectual podrá considerarlo una sorpresa. Tras la sangrienta masacre terrorista, las autoridades convocaron a los ciudadanos a una gran manifestación, con el lema, mentiroso, “No tenemos miedo”. Primer éxito rotundo: han logrado su asombroso propósito de celebrar una manifestación sin una sola protesta, ni siquiera la más leve alusión al terror o a los terroristas que la causaron. No hay espacio aquí para analizar las profundas implicaciones de esta actitud y las inquietantes perspectivas que se derivan de ella.
La manifestación se organizó cuidadosamente, agrupando a los participantes en 4 sectores bien definidos. En la fila 1, representantes de los muy meritorios cuerpos de seguridad, emergencias y civiles que socorrieron a las víctimas o ayudaron como pudieron. Desde el primer momento estuvo claro que el motivo fundamental de esta disposición era preterir y minusvalorar a las autoridades “españolas” que acudieran a solidarizarse con las víctimas y la sociedad catalana. Ocasión inmejorable, si además y por primera vez en la historia, acudía el Rey. Alguien bien pensante podría creer que se trataba de un motivo noble: ensalzar a los héroes anónimos de la infausta jornada. Y, ciertamente, podría haber sido así, si desconociéramos el sectarismo y la insondable falsedad de los convocantes. Pero el desarrollo posterior no deja lugar para la duda.
En la fila 2 fueron colocadas todas las autoridades. Imprescindible para mantener las apariencias de falsa unidad en la lucha contra el terror. Perfecto para la preparación de la evidente encerrona. Inicialmente la CUP, con su habitual sectarismo, manifestó su intención de no participar si lo hacían el Rey y Rajoy, lo que Puigdemont consideró “muy lamentable”. Él tenía un plan mucho mejor, del que aún se estaban ultimando los detalles con la alcaldesa. Ciertamente lo era, pues la CUP cambió enseguida de opinión, sin dar ninguna razón consistente.
Porque, en esta manifestación, el lugar de honor estaba reservado para la fila 3. Allí se encuadraría a los activistas de la CUP, las asociaciones paniaguadas del “proceso” y la pléyade de tricoteuses felices de participar en la animación. Con la adecuada antelación programaron, en una zona próxima, un acto “alternativo”, para organizar las columnas y repartir el abundante material “espontáneo”, como siempre de magnífica factura. Hecho lo cual, procedieron a “integrarse” en la manifestación general. Por supuesto, no en el lugar de la convocatoria, en Diagonal, sino en el hueco que tenían reservado en el lugar donde se constituiría la fila de autoridades. El plano, captado con todo detalle por las cámaras de tv3, estratégicamente situadas, iba a resultar, sin duda, magnífico: las autoridades “españolas”, con el Rey a la cabeza, aguantando estoicamente toda clase de vituperios, con el telón de fondo de un mar de esteladas y letreros y pancartas que los señalaban como los autores del crimen. Previamente, para ocupar tan grato lugar, habrían de realizar un paseíllo entre dos filas de acosadores, para ser debidamente escarnecidos, pena de telenoticias incluida, en el trayecto entre los vehículos que los trajeran y su lugar en la fila 2 ¿Era pública esa información? A decir verdad, inmejorable.
En la fila 4 se situó a la gente normal. La inmensa mayoría, sin carteles ni banderas. Supongo que la mayoría acudiría impelida por el horror que les causaron los atentados y el afán de solidarizarse con las víctimas. Quizás muchos, también, tratando, de buena fe, de hacer valer ante el mundo el lema de la convocatoria y aparentar el valor del que nuestra sociedad, ostensiblemente, carece. Fueron muchos. Pero, sin necesidad de entrar en ninguna inapropiada guerra de cifras, bastantes menos de los esperados y de los que la ocasión merecía. No deja de resultar significativo.
Grave error el de Solidaritat Civil Catalana, portando banderas españolas cuando no era el momento. Ahora no se trataba de eso. Nada más fácil de manipular para presentarlo como un intento, patético, de contrarrestar lo que era evidente que se avecinaba. Naturalmente, sólo podía servir para que los voceros a sueldo del Régimen, en el paroxismo de la hipocresía buenista que servía de música de fondo al evento, lo utilizaran como muestra de “respeto y tolerancia”. Realmente patéticos, estos sí, los esfuerzos de tv1 por edulcorar o disimular lo inocultable. Error mucho mayor y de consecuencias mucho más graves, que arrastramos desde hace muchos años. Tv3 no necesitaba, apenas, manipular las imágenes ni las entrevistas: el guion y el escenario todo ya se los habían entregado previamente manipulados.
No hay tiempo ahora, aunque la importancia del asunto lo merecería, de analizar el sentido de las pancartas generosamente repartidas por la organización entre los VIP de la fila 3. También unas cuantas en la parte trasera de la fila 1, por si el Rey, haciendo caso omiso del pandemónium organizado a su espalda, se resistía a volver la cabeza. Además de los consabidos catalán e inglés, tuvieron incluso la insólita deferencia de editar en español algunas de las que lo vilipendiaban más directamente. No hacía falta. Nos entendemos perfectamente.
Atendiendo solamente al número, destacaban las del lema oficial “No tinc por”, “No a la islamofóbia” y “La millor resposta LA PAU”. Pero quiero fijarme sólo en una, la verdadera pancarta oficial del evento, de mayor tamaño y caracteres más llamativos que la supuestamente oficial de la fila 1 y colocada en el lugar más importante: el palco de honor de la fila 3. Su texto es el más claro epítome del abismo de falsedad y vileza que ha sido capaz de alcanzar el nacionalismo catalán: “Vuestras políticas, nuestros muertos”. Nosotros y ellos, la perpetua división elemental, punto de partida de todo. Como siempre, ninguna responsabilidad en nosotros, aunque tengan y ejerzan todas las competencias de todo tipo, seguridad incluida y no pierdan ocasión de alardear de actuar de facto como un Estado y de lo preparados que están para ello. Pero la causa de los males siempre está en ellos. Y, acto seguido, lo más vil, el infame uso de los muertos. ¿A qué muertos se refieren? ¿A los dos catalanes, a los de nacionalidad española o a los de otras nacionalidades, según la nauseabunda, que no casual, clasificación del consejero Forn? ¿O, para este uso, son todos nuestros? ¿De quién son los muertos? Difícil sobrellevar la repugnancia que produce tener que escribir sobre esto. ¡Despierten los ciegos que no quieren ver, si es que aún les queda alguna duda de cómo serían sus políticas si alcanzaran a poder imponerlas, como pretenden!
Una consideración final sobre la presencia del Rey, en realidad la razón inicial de que empezase a escribir. Sin duda existían buenas razones para su asistencia a la manifestación y estos días veremos argumentar abundantemente sobre ellas. Pero no había precedentes. Nunca había asistido a una convocatoria de este tipo ¿Debemos deducir que nunca antes se había dado una ocasión tan extraordinaria? Sentado el precedente ¿Asistirá a futuras y es de temer que inevitables convocatorias similares? ¿Quién decidirá y con qué criterios cuáles merecerán la presencia de la Corona, símbolo de todos los españoles, y cuáles no? Las preguntas no son baladíes y su respuesta, inevitablemente, muy espinosa. A las pocas horas del atentado el Rey ya se desplazó a Barcelona. Presidió el minuto de silencio convocado el viernes en la Plaza de Cataluña, recorrió las Ramblas y depósito una ofrenda floral, firmó en el libro de condolencias del Ayuntamiento, presidió el funeral solemne por las víctimas en la Sagrada Familia y visitó y confortó a los heridos en los hospitales (hasta el intento, baldío, de afearle esta última muestra de humanidad llegó la ruindad del Govern). Actividades todas apropiadas a su alta representación, ejecutadas dignísimamente y acogidas con aprobación y gratitud por los ciudadanos. Nadie podrá decir que no estuvo a la altura del papel que le correspondía en momentos tan extraordinarios y dramáticos. Sabiendo (nadie podía ignorarlo, desde luego) lo que se avecinaba ¿De verdad se consideraba necesario y beneficioso someterlo al ultraje y el escarnio que le habían preparado, a él y a todos los españoles, catalanes incluidos, a través de su figura?
J. G.
Zaragoza, 28 de Agosto del 2017