Al final ha visto la luz, tan mareada como desconocida, una ley de lenguas para Aragón. Sin duda, la mayoría de los ciudadanos, absurda, lógica y convenientemente, ajenos a ella y a lo que supondrá en sus vidas.
Sin entrar en más detalles, y aplicando (con repugnancia) la misma perversa dialéctica de lenguas propias vs. oficiales, mientras quedan en el baúl del olvido social lenguas madres, vehiculares y comunes, la historia no emerge, en esta ley, de la pezuña cota que marcaron similares leyes en vecinas regiones. Porque bien podíamos los aragoneses y riojanos haber exigido que a lo que llamamos Castellano, o Español, se hubiese denominado en realidad como Riojano‐Aragonés, ya que el origen histórico, territorial, y su expansión natural por el valle del Ebro, marcan un idioma tan telúricamente nuestro como las variantes hermanas de las Lenguas de la Franja o las Lenguas Pirenaicas. En Aragón ya se hablaba, es más, ya se creaba, amaba y luchaba por la libertad en Español, Castellano, Riojano‐Aragonés, o como lo quieran llamar, antes de que se cerrase el actual mapa de nuestra región, lo que sin duda le otorga la calidad de lengua nuestra, de lengua propia, calidad que le niega la ley.
Hemos asistido a un parto, no sólo de una ley, sino de la imaginería que el nacional‐socialismo prepara para nuestra región. El denominar como Aragonés al ayuntamiento de las lenguas que se dan en los valles pirenaicos, no sólo supone la muerte de esa riqueza plural, bajo las botas de una “academia” sino que, además, trasluce que el Español no es la lengua que alumbraron hace ya siglos, como intentaba bosquejar en el párrafo anterior, nuestros abuelos en nuestra tierra, sino una suerte de imposición, que conquistadores castellanos de roñosas y fascistas armaduras, lograron a sangre y fuego. Y que los únicos aragoneses auténticos son los pirenaicos, o en su defecto, aquellos que hablen esa fabla, y que resisten, en un montañoso rincón, ahora y siempre, al extranjero invasor, a imagen y semejanza de los geniales cómics de Astérix.
Y es que las aventuras del galo, suponen, por sí mismas, toda la profundidad argumental que el nacionalismo en España necesita para germinar, y toda su solvencia intelectual.
Y respecto del Catalán, llama la atención que el Partido Popular, con buen criterio, se esfuerce y recoja miles de firmas contra la imposición del mismo, pero que sin embargo no sume una sola contra la imposición del “Aragonés”. O si se movilizaría de igual manera si la lengua por imponer fuese el Fragatino. Bueno, llamaría la atención del despistado ciudadano que no haya visto lo que el PP ha propugnado para Galicia, Baleares, Comunidad Valenciana… Para nosotros, un suma y sigue lógico y muy consecuente.
Y lo que más brilla entre las líneas de la ley, es la sonrisa y la mano del nacionalismo socialista catalán. Las oposiciones de la década que estamos a punto de estrenar valorarán para el empleo público aragonés un conocimiento de la lengua vecina que abrirá una gran ventana de clientelismo a los ciudadanos de determinadas regiones (ya de por sí agraciadas con los mejores de nuestra tierra), a la par que cerrará nuestro propio funcionariado al aragonés medio. ¿Pensaban que un vecino no podía hacer que diésemos de comer a sus hijos antes que a los nuestros?
Además, de nuevo, la normalización a Catalán de todo el rosario de hablas de la Franja, (distintas entre sí hasta el punto de no haber acuerdo de en qué lado de las fronteras lingüística/académicas caen algunas de ellas) no sólo extermina cualquier atisbo de la nominal propiedad aragonesa que tuviesen, sino aún de la que tuvieren, al instaurar el subliminal silogismo de que si el Aragonés se habla en Aragón, el Catalán en Cataluña. Y lo que es Cataluña, lógicamente, no es Aragón. Un alto precio, toda la Franja, han pagado Chuntas por su cuota de poder, al PSC de Iglesias. Mientras, el PSA de Labordeta, toma toda la semblanza de un bien de la franja. ¿El sarcófago de Nachá, quizás?
R. L.